Traducción de Miguel Pereyra, Tomas Fernández Aúz y Beatriz Eguibar
Ediciones RBA
Primera edición. Barcelona, junio 2011
Rústica con solapas, 285 págs.
ISBN 978-84-9006-042-1
DL. B. 21321-2011
Enlaces
- http://www.abc.es/20110620/cultura-libros/abci-bertrand-russell-201106200902.html
- http://blogdejoaquinrabassa.blogspot.com.es/2011/08/bertrand-russell-ensayos-escepticos.html
Cita
Aimer et penser: c´est la veritable vie des esprits
Voltaire
Mis subrayados
Los métodos que por lo común se aplican a la educación no ejercen prácticamente efecto alguno sobre el inconsciente, de modo que las actuaciones técnicas pedagógicas son incapaces de instruirnos en la sagacidad.
Ignoramos como hay que proceder para enseñar a la gente a ser sagaz o virtuosa, pero sabemos perfectamente, al menos dentro de ciertos límites, cómo aleccionarles para que sean racionales: basta invertir punto por punto las prácticas que sugieren las autoridades educativas.
En el mundo moderno, aquellos a quienes detestamos de facto son los grupos lejanos, en especial las naciones extranjeras. Los concebimos de manera abstracta, y nos engañamos a nosotros mismos creyendo que unos actos que en realidad son la encarnación del odio obedecen en el fondo al amor que profesamos a la justicia o a algún otro noble motivo. Unicamente una buena dosis de escepticismo puede rasgan el velo que nos oculta esta verdad.
La gran masa de creencias que supuestamente nos sostienen en la vida cotidiana apenas es otra cosa que la encarnación misma del deseo, reorientada aquí y allá, en unos cuantos puntos aislados, por el rudo roce con los hechos.
Los males de la vida proceden parte de causas naturales, y en parte también de la hostilidad contra los hombres se tratan unos a otros. En el pasado, la competencia y la guerra eran una necesidad vinculado con atención de alimentos, ya que únicamente los vencedores podían hacerse con ellos. Hoy gracias al dominio de las fuerzas naturales que la ciencia ha comenzado a conseguir, todo el mundo podría disponer de mayores niveles de vida y bienestar, pues bastaría para ello que todos nos centráramos más en la conquista de la naturaleza que el en sojuzgamiento mutuo.
Y sobre todo una liberación de la tiranía del Miedo, un mal que oscurece la luz el día y hace que a los hombres les resulta imposible abandonar su servilismo y su crueldad. No hay ser humano que pueda liberarse del temor sin atreverse a mirar cara a cara, en su verdadera dimensión, el lugar que ocupa en el mundo. Y a ningún hombre le será dado materializar la grandeza de que es capaz en tanto no se haya avenido reconocer su propia pequeñez.
He llegado considerar que la pereza es una de las mejores cualidades que anidan potencialmente en el hombre corriente. Logramos ciertas cosas mostrándonos dinámicos, pero cabría preguntarse si, en conjunto, tiene algún valor las cosas que obtenemos. Hemos desarrollado una asombrosa capacidad para la manufactura, y parte de sus facultades los consagramos a la fabricación de barcos, automóviles, teléfonos y otros instrumentos con los que vivir lujosamente y a toda velocidad, dedicando otra parte a la producción de armas de fuego, gases tóxicos y aeroplanos destinados a matarnos unos a otros en gran número. Nos hemos dotado de un sistema administrativo y fiscal de primera categoría, un sistema que en parte se ocupa de la educación, la atención sanitaria y otros propósitos útiles de esa misma índole, pero que por lo demás entrega el resto de sus energías a la guerra.
Con función enseñaba que los hombres nacen bondadosos, y que si se corrompen es debido la fuerza del mal ejemplo o de unas costumbres torcidas.
En nuestras sociedades consideramos lumbreras morales aquellas personas que renuncian a los placeres ordinarios para hallar compensación en una práctica distinta: la de inmiscuirse en los placeres de los demás. Hay un cierto componente de entrometimiento en el concepto de virtud que manejamos, ya que no damos en pensar que la bondad de un hombre alcance a ser excepcional a menos que él mismo se muestre dispuesto a incordiar a un gran número de personas.
En nuestras sociedades, las diferencias de opinión se convierten rápidamente en cuestiones "de principio": cada parte piensa que la otra actúa de forma sesgada y que toda cesión a sus pretensiones implica compartir su culpa. Esto hace que nuestras disputas sean mas acres, y en la práctica lleva aparejada una tendencia muy superior a recurrir la fuerza.
Si uno desea la paz habrá de prepararse para la paz, y no para la guerra.
Los sermones y la cárcel tienen tantas probabilidades de enmendar el vicio como de reparar un neumático pinchado.
Es mejor ser honesto que tratar de dar ejemplo.
Y otro tanto sucede en todos los lugares del mundo con los que me hallo familiarizado. Esto sugiere que quizá convenga simplificar lo que entendemos por inherente al hombre bueno: un hombre de tal índole es aquél cuyas opiniones y actividades complacen a quiénes ostentan el poder.
El hombre que se abstiene de la realización de ciertos actos catalogados como "pecaminosos" es un hombre bueno, aunque jamás haga nada que contribuya a impulsar el bienestar de sus semejantes.
La moralidad oficial siempre ha sido opresiva y negativa: se ha basado en anteponer la partícula "no" a todos sus preceptos, y no se ha tomado la molestia de averiguar el efecto de las actividades que su código no prohíbe.
Un mundo que se apoya en unas instituciones basadas en el odio y la injusticia tiene muy escasas posibilidades de generar felicidad.
Puede que la fuerza de la inteligencia racional sea pequeña, pero es constante, Y siempre actúa en una misma dirección, mientras que las fuerzas de la insensatez se destruyen unas a otras en una pugna estéril.
Estas dos clases de libertad (el librepensamiento y la libertad del individuo) se ven actualmente amenazadas por nuevos peligros, unos peligros que por su forma difieren ligeramente de los de épocas pasadas, y a menos que seamos capaces de despertar en la opinión pública un ánimo vigoroso y una atención alerta, logrando que dicha opinión se muestre decidida a defender esas libertades, hemos de concluir que de aquí a cien años tanto la una como la otra se habrán reducido muy notablemente.